Escrito autobiográfico

¿Recuerdas aquello que trabajabas en las clases de Educación Física cuando eras niño? ¿Qué papel tenía la expresión corporal? ¿Cómo se trabajaba? ¿Recuerdas alguna anécdota?

Aquí os dejamos las reflexiones y las diferentes experiencias que nosotras hemos tenido con la expresión corporal.
¡Esperamos la tuya!



La expresión corporal despertó en mi, sentimientos contrapuestos, por una parte, me sentía la niña más afortunada del mundo; pero por otra parte, muchas veces me sentía la más desgraciada.

Durante mi infancia practiqué un deporte donde la expresión corporal se encontraba y se encuentra muy arraigada, estoy hablando de la gimnasia rítmica.

A los cinco años mis padres apuntaron a mi hermana en el Club Masters, y yo celosa, pedí a mis padres que me apuntaran también. Tres años después le dijeron a mis padres que tenía futuro y sería conveniente llevarme a Ontinyent. Yo ilusionada le dije a mis padres que me hacía mucha ilusión, pero ellos me repetían que tan solo tenía seis años y eran muchas horas de entrenamiento.

Al principio, era emocionante y divertido porque nunca sabías que ibas a aprender ese día, la autoestima se disparaba positivamente cuando conseguía sin mucho esfuerzo una buena ejecución de los ejercicios. Le estaba dando sentimientos propios a la música y a los ejercicios que realizaba. Los primeros resultados fueron un premio para ese esfuerzo que estaba invirtiendo. Ver a mi madre y a mi abuela (que eran las que me acompañaban a todas las competiciones), felices, me llenaba de alegría. Sin embargo, al mismo tiempo me entristecía, no ver a mi padre entre el público.

Mi padre nunca fue partidario de mi hobby porque temía que me ocurriera una desgracia, le daba miedo ver como mi cuerpo se contorsionaba al son de la música. No obstante, se alegraba cuando a mi regreso, le contaba emocionada mis logros.

Poco a poco, fui perdiendo esa ilusión que mantenía los primeros años. El hobby había dado paso a la obligación, a la superación tras un mal resultado. Al principio me autoexigía mucho porque veía que era buena en lo que hacía.

Mientras mis compañeras disfrutaban con los conjuntos (eran los montajes compuestos por seis gimnastas) yo seguía practicando mi modalidad individual. A veces me sentía sola porque empezaba a notar envidias insanas entre muchas de mis compañeras. Ya que las entrenadoras cuando querían mostrar un ejercicio me ponían como ejemplo y eso no gustaba al resto de gimnastas. Lógicamente, las gimnastas son niñas de corta edad y todas quieren ser las que destacan, aunque realmente no se ponían en mi lugar, y eso comenzaba a afectarme negativamente. No obstante, me gustaría matizar que siempre tuve el apoyo de gimnastas de otras categorías que habían pasado por una situación similar a la mia.


Mis entrenes fueron aumentando a medida que mejoraban mis resultados provinciales, autonómicos y estatales. Como consecuencia, mi mejor amiga de la infancia, me dijo: “no quiero que me vuelvas a llamar, nunca tienes tiempo para mí porque siempre estas entrenando”. Estas palabras se clavaron en mi cuerpo como si fueran espadas. El dolor (psicológico) fue aumentando progresivamente porque mis cinco entrenadoras fueron exigiéndome más y más y yo me sentía cansada y sola. La presión era grandísima, todas las semanas entrenaba veinte horas semanales sin contar las revisiones médicas, ni las competiciones.

Aunque tenía el apoyo de mis padres, yo sentía que les fallaría si dejaba la gimnasia. Fue un error no haberles preguntado nunca.


Mi subconsciente fue más inteligente que mi mente infantil y comenzó una defensa inminente. Quise llamar la atención y comencé a perder la voz durante períodos de tiempo cada vez mayores, el más largo fue contabilizado en ocho meses.


Mis padres rápidamente supieron que pasaba algo porque mi alegría y mi afán de superación habían desparecido, ya no quería ir con mi padre (en mis tiempos libres) a subir a caballo, etc. Hablaron con la psicóloga del colegio y esta, les envió a un psicólogo especializado y al otorrino, ambos especialistas, sin decirles a mis padres que ocurría, les dijeron que me enviarían a la Unidad de Psiquiatría Infantil de Valencia.

Las primeras investigaciones fueron hacia mis padres. Los psiquiatras temían un maltrato infantil porque la mudez a estas edades, en la mayoría de sus casos viene propiciada precisamente por el maltrato, pero todas las pruebas salieron negativas. Tanto es así, que los especialistas, saltándose el protocolo, les comentaron que habían estado haciendo durante los dos meses de pruebas. Añadieron que por suerte, el nivel de confianza hacia mis padres era altísimo y podría ayudarles a descubrir que estaba ocurriendo.

Rápidamente, observaron que mis niveles de hormonas estaban alterados y que alguien estaba hormonándome sin el consentimiento paterno. Pero les advirtieron que todo transcurriera con normalidad para no levantar sospechas de que estaban buscando y obteniendo información.

Paralelamente, mis entrenamientos fueron haciéndose muy duros y las entrenadoras muy exigentes. Había ganado el campeonato estatal de mi categoría por tercer año consecutivo y cuando estaba clasificada para el cuarto, recibí una beca para un centro de alto rendimiento.

Mis padres se lo comentaron al psiquiatra y este les advirtió que no debían comentárselo a nadie y menos a mí para que no me ilusionara. Este les advirtió que psicológicamente estaba llegando fondo, pero que debían buscar conjuntamente la forma de conseguir que me retirara sin hacerme daño, ni levantar sospecha entre mis entrenadoras.


Un domingo nos fuimos la familia con la bicicleta y me caí. Mis padres, rápidamente aprovecharon para hacerme creer que me había lesionado, a un mes del campeonato de España. Recuerdo que todos los días me llamaban las entrenadoras para ver cómo estaba y qué día podría volver para no perder la forma física. Al principio estaba contenta de ver que se preocupaban por mí, pero después me sentía agobiada y mis padres ya no me pasaban las llamadas, para aliviar esa carga emocional.

Mi rendimiento académico también se vió perjudicado. Había suspendido todas las asignaturas excepto Educación Física y Plástica, pero el psiquiatra dijo que me perjudicaría mucho repetir a no ser que fuera decisión mía. Llamó a la directora del centro y le explicó mi caso, dándole unas indicaciones claras de lo que debían hacer.

Mi madre y yo mantuvimos una reunión con la Hermana Amparo y tras un larga conversación abracé a mi madre llorando y le dije que no se enfadara conmigo pero que debía repetir el curso académico.

Cuando empecé a desvincularme de la gimnasia rítmica, el psiquiatra dijo que debía mantenerme ocupada porque era una niña muy activa y no podía cambiar mis hábitos radicalmente. Mis padres hablaron con la profesora de Ed. Física, la Hermana Leonor, la cual, cambió su programación para poder ayudarme sin que mis compañeros lo supieran.

Recuerdo el gran apoyo moral de esta gran persona. Conseguí volver a expresarme libremente tras dos años de antidepresivos infantiles. Volvía a emocionarme ante un simple ejercicio físico del tipo que fuera. La Hermana Leonor consiguió que mi autoestima subiera como la espuma.

Mientras eso sucedía mi hermana y sus amigas y amigos, venían a por mí a casa para que yo saliera y me despejara. Al principio no quería, pero poco a poco lo hice y me ayudaron mucho. Actualmente sigo con este grupo de amigas y mi pareja emocional, a los cuales les debo mucho también.

Toda esta historia no la conocí hasta los 21 años, cuando a un amigo de mi padre se le escapó un comentario curioso. Inmediatamente, reuní a mis padres y les pregunté quién era ese hombre al que visitábamos y que ellos decían que era un amigo de Valencia (el médico) y porque dejé de practicar Gimnasia Rítmica. Mis padres contestaron sin problemas a todas mis preguntes. Me aseguraron que todo lo hicieron por mi bien, porque dejé de ser una niña feliz, el dolor y el sufrimiento se apoderaron de mí y lo sufrían todos.

Actualmente, como está completamente superado vuelvo a ser una persona con gran sentimiento de superación y con confianza. Y soy capaz de vivir libremente en la vida. Estoy orgullosa de la actuación de padres, amigos/as, pareja y profesionales de psiquiatría que me ayudaron cuando más lo necesitaba.



Esther Moscardó Pont

Licenciada en Historia y
Animadora Sociocultural



















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Trato de recordar cuál ha sido mi experiencia personal con la expresión corporal y académicamente hablando solo recuerdo el último curso de la E.S.O. donde opte por la asignatura de dramatización como optativa.

No sé si por la falta de experiencia de la profesora o por los esquemas mentales ya realizados en cada una de las personas que asistíamos, esta asignatura se baso en ensayar una obra de teatro para que viera la luz en la fiesta de final de curso. No recuerdo que nos enseñaran pautas para expresarnos, transmitir o sentir mejor el papel que teníamos que interpretar.

Por otra parte, me remonto a un mes atrás y el inicio de la asignatura de Didáctica de las Actividades Físicas Expresivas donde me he dado cuenta de ciertas barreras que tengo a la hora de expresarme pero cada día que pasa siento más confianza y seguridad en mí misma.

Si bien, me considero una persona abierta, ahora puedo desinhibirme, improvisar y crear con más sutileza. Sentir el movimiento y ser consciente de lo que ocurre a mí alrededor.


Considero que la expresión corporal es fundamental para que los niños y, no tan niños, sean capaces de transmitir sus sentimientos, mejorar su autoestima y coger confianza con el resto de personas. Ser capaces de sentirnos y ser libres sin tener miedo a comentarios negativos.

Además, ayuda a eliminar prejuicios y barreras sociales que no sirven de nada, ya que todos somos iguales. Es, sin duda, una herramienta imprescindible a tener en cuenta dentro del currículo escolar.
Alibike

T. Superior de Administración
y Finanzas

















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A lo largo de toda mi experiencia académica, nunca he tenido la oportunidad de conocer la expresión corporal. Tanto en el colegio como en el instituto se trabaja mayoritariamente la práctica de deportes como: el baloncesto, el valleyball o el balonmano... y, por otra parte, los temidos circuitos que incluían el salto del potro, el ascenso por una cuerda... Todo ello solía estar muy pautado y no dejaba lugar para la experimentación ni para la imaginación.

En cambio, con la realización de las “prácticas II” pude ver algunas clases de expresión corporal dirigidas por el especialista de educación física, las cuales me llamaron la atención debido a que era la primera vez que lo presenciaba y además porque los niños las disfrutaban intensamente.

Una de estas sesiones estaba relacionada con la simultaneidad, ya que los alumnos por parejas imitaban los movimientos del compañero/a, simulando que eran el reflejo del espejo.

De momento, lo que me han transmitido las sesiones realizadas en esta asignatura, es que nos pueden dotar de herramientas para conseguir que nuestros futuros alumnos puedan conocerse mejor a sí mismos y a sus compañeros/as, además de luchar contra los estereotipos tan marcados por la sociedad.

Por todo ello, creo que es importante darle más protagonismo a este bloque ya que en la actualidad, aunque poco a poco va ganando terreno, sigue estando poco valorado.


Susana

Técnico en Educación Infantil


















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Para hacer esto original, empezaré por el final, os diré que soy monitora y que algunos me ponen la coletilla de “la chica de las danzas”. Si me hubieran dicho hace 7 años que alguna vez me llamarían así no me lo hubiera creído. Entre la vergüenza y por malas experiencias del pasado hubiera sido impensable. Hacía mucho tiempo que había dejado de lado el tema de la expresión, de hacer algo diferente a lo demás. Y ahora sí, para explicaros como llegué aquí, empecemos por el principio…


Cuando tenía 3 años me apuntaron junto a mi hermana a clases de ballet. Recuerdo que no podía aguantar 5 minutos de puntillas con la mano arqueada y levantada por encima de la cabeza (y digo 5 minutos pero a mí se me hacían eternos). Esta es la primera toma de contacto con la expresión corporal que yo recuerdo, muy aburrida.

La segunda fue ya con 4 años, los típicos playbacks y teatros falleros. Parece una tontería, pero fueron muchos años, así que aprendí mucho. Coreografías de diferentes estilos desde “Cabaret” a “Bohemian rapsody”. No se me daba mal bailar así que hice muchísimos bailes (incluso algunos los monte yo), pero parece mentira que incluso en cosas así, cuando eres bueno en algo, siempre aparecen las envidias. Así que con el paso de los años, y después de algún que otro disgusto, terminé cogiendo algo de manía y deje de hacerlos, prefería pasar desapercibida, ir a mi aire y no tener jaleos ni envidias a mi alrededor.

También hicimos funciones teatrales. En esto del teatro no era bastante buena (o esa pensaba yo) cuando siempre hacía: de flor o árbol que se mueve con el viento, de un extra más del mogollón o de personaje bailarín entre escena y escena. Recuerdo una vez, siendo pequeñita que me puse a llorar porque estaba cansada de hacer siempre de parte del decorado y quería decir una frase.
La chica que preparaba la función me dijo: “es que sois muchos, unas veces le tocan a unos y otras veces a otros”, lo entendí y pensé que tenía toda la razón. Mi última actuación fue con 14 años y por fin me toco a mí, mi momento estelar fue cuando dije “voluntad para la falla” mientras hacía el gesto de llamar a una puerta. Y hasta aquí es mi trayectoria teatral y mi frase estelar después de 10 años de espera.


Por esta época, en el colegio preparábamos algunas funciones o bailes para navidades o final del curso. En educación física por aquel entonces no hacían mucho hincapié con eso de la expresión corporal. La mayoría de las clases consistían en pruebas de habilidad, rapidez, elasticidad, resistencia o fuerza. Saltar a la comba, aros, sambori, beisbol, futbol y básquet… Es todo lo que yo recuerdo.

En el instituto, al coger la optativa de Educación Física se pudo trabajar algo más. Acrosport o bailes con materiales, por ejemplo, cuerdas. Tenías que mezclar teatro y baile. Salvo esto, la mayoría de las clases se basaron como en el colegio en actividades deportivas como básquet, beisbol, patinaje, etc.

Además recuerdo también, en el instituto, preparar una actuación “West side story” (un musical de los años 60) y participar también en una función en la casa de la cultura, como no, hacía de extra y aparecía entre escena y escena bailando y diciendo una frase con rima que hacia la presentación de la siguiente escena.

También me apunte a las actividades extraescolares de la escuela, en este caso la gimnasia rítmica donde permanecí muchos años y descubrí mi gran pasión. Me gustaba mucho pero no tengo un gran recuerdo de ello. Básicamente, solo importaba ganar.
Yo tuve la suerte de ser buena, ir a muchas competiciones y ganarlas y que la maestra me preparara una tabla de ejercicios exclusivos para mí, pero el resto de mis compañeras (que no es que fueran malas pero no se les daba la oportunidad) eran completamente ignoradas, les hacia una tabla (o coreografía) común a todas y cuando se la estaban mostrando, la profesora ni les miraba. Así que, se fueron borrando una a una y me quede sola.

Al final, nos quedamos muy pocas y tuvimos que juntarnos varios colegios donde la profesora trabajaba. Así que de otro colegio, vino una niña de mi edad que era mi mejor amiga en la guardería (y esto cuando eres niño es como un milagro), así que nos hicimos amigas (otra vez) al instante. Ella era más elástica que yo y yo más habilidosa, así que mutuamente nos ayudábamos la una a la otra y nos enseñábamos truquillos.

Cuando competíamos, estábamos en la misma categoría, así que bien dicho éramos “rivales” pero nos alegrábamos un montón cuando la otra ganaba, y cuando las dos conseguíamos medallas era pura felicidad.

Un día, ella tuvo que cambiar de colegio y se apunto, evidentemente, a las extraescolares del otro colegio con otra profesora.

El día de la competición nos alegramos mucho de vernos, nos enseñamos las diferentes coreografías y como siempre, nos ayudamos para poder mejorar antes de salir.

Al llegar de nuevo al entrenamiento, la profesora estaba con la lista para conocer en qué puesto habíamos quedado. Normalmente decía el puesto y punto. Cuando dijo mi nombre, en vez de decir mi puesto dijo: “Quinta… (y el nombre de mi amiga) y tú cuarta ¡¡toma que se joda por cambiarse!!).
Me quede en blanco, no me gusto nada aquel comentario, estaba cansada de las actitudes de esa maestra (tengo muchas más anécdotas), no quería hacerle ganar ni una medalla más a mi costa.
Así que me borré. Como me gustaba la gimnasia rítmica, me apunte a otro club (esta vez competiciones autonómicas) pero era el mismo rollo, el mismo afán por ganar y se sumaron las envidias de algunas compañeras. Lo intenté dos años más y lo deje. Pese a ser muy joven y que me gustará mucho, la gimnasia rítmica se convirtió en muchas envidias y muy pocos valores.
Y hasta aquí mi etapa en el sistema escolar y en relación con la expresión.


Luego, en mi época adolescente, empezaron las vergüenzas y a no querer participar en actividades de cara el público. Como me gustaban los niños me saque el curso de monitor tiempo libre, y allí retome el contacto con eso de las pequeñas interpretaciones o las danzas de animación. Entre la vergüenza y que seguía todavía con algo de miedo por todo lo que me había pasado, prefería pasar desapercibida. Así que yo participaba pero nunca las cantaba.

Al final, si trabajas de esto, no te queda otro remedio que empezar a hacerlas. Recuerdo la primera canción que cante “Voy en busca de un león”. Disfrutaron mucho los niños porque no se la sabían. Y así fui cantando una, y luego otra, y otra, y otra…. Hasta que ya no me dio vergüenza, ni me importo ser un poco el centro de atención.

Descubrí por una parte, que no era mala con eso de la interpretación (cosa que yo pensé durante muchos años), y por otra, que pesé a hacerlo lo mejor que podía, nadie me cogía envidia, al contrario, era más divertido para todos. No se trata de hacerlo bien o mal, de ganar o perder, nadie te evalúa ni te pone nota por eso, unas veces te salen mejor y otras peor, se trata de pasarlo bien y ya está. La gente se ríe y se divierte y cada uno lo hace a su manera.


Y así es, como de nuevo comencé a mirar con buenos ojos esto de la interpretación, bailes y danzas, perdí algo de miedo a eso de “dar la nota” y las envidias. Y así es como me convertí en la “chica de las danzas”.


Lobo Atento

Animadora Juvenil y
Monitora de tiempo libre


   





















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*Todas las imágenes y fotografías que aparecen son personales de cada una de las participantes.